martes, 26 de enero de 2016

Vórtice de kaos: la rendición o el por qué de no forzar las cosas.

Hola, amigos.
Ando desaparecido de casi todas las redes porque entre lo atareado que está uno, y lo idiota, culpable y —mirándolo fríamente— perro del hortelano. No como ni dejo.
Ayer lunes, pasé un día realmente escalofriante en mi nuevo hogar. La mente me jugaba malas pasadas y aunque dormí confortablemente al fin —el sábado había dormido poco por aquello de las after de la plaza— y las horas debidas, pero me desperté raro. Me dolía todo el cuerpo, sentía frío, pero nada que diera a entender que estaba griposo. Se me estaba durmiendo la lengua y ciertas partes del cuerpo. La última vez que me pasó fue por agotamiento, y eso debe ser. Me agoto enseguida. Ayer, como digo, comencé a trabajar temprano, y destemplado y lo hice hasta que miré el reloj y eran las 3 y 25 de la tarde. ¿Se puede ser más inútil? Al no tener casi nunca hambre no me acuerdo que hay que comer y ya ni comí ni nada —me pasaba mucho los últimos años que estuve en Granada esto de desertar de comer por la falta de apetito y ganas de hacer algo—. La tarde fue enrevesada, terrible. Entre pena infinita penaba por aquí… a lo mejor me he precipitado. A lo mejor hace mucho frío. A lo mejor no es lo que esperaba. A lo mejor es que puedo estar muerto y estar vivo como el gato ese. Me tuve que bajar al hogar al que parecía que no volvería, creando una dicotomía en mi cabeza que no se la deseo a nadie. Haga lo que haga, sufriré, eso es seguro, y he adoptado la actitud cobarde de no estar entre un vórtice de caos y volver hasta el fin de semana a mi desorden controlado y huir, como un desertor sin convicciones, de lo que me haría tan feliz. Ayer dormí en mi antigua casa, y hoy he comido y ahora me iré para allá. Y siento frustración, pero es que el espacio es caótico, desesperante a mi alrededor, la ansiedad me llega a la nariz en forma de hormigueo. Poco a poco me voy tranquilizando, pero un cansancio físico se ha instalado para quedarse, por lo que se ve. He tenido que trabajar mucho estos días. No me ha dado tiempo a dejar las cosas listas. Ahora poco a poco encauzo las cosas con ayuda. No había pedido ayuda por no molestar más aún, y lo he pagado caro. Al final culpable por pedirla, al fin, y culpable por no tener la capacidad de reaccionar bien a lo nuevo, a los retos, ni a las aventuras. Pero si una cosa es segura, que aunque no se note por lo gordo que estoy, es que soy cabezón. Muy cabezón. Y el caballo me tirará unas cuantas veces, pero luego será mi amigo. Mi casa será mi amiga, y eso lo pueden hacer los amigos, por lo que la francachela que tenía el sábado y he estado a punto de anular por inseguridad se llevará a cabo, como estaba previsto por la organización. O sea, yo.

PS: No es un post llamativo desde el punto de vista de crónica literaria, pero sí fundamental para este propio blog como proyecto.

Avances...







ESTO ES PARA UBÉ

sábado, 23 de enero de 2016

Independence Day

La cosa es rara. He sentido todo el día un vértigo cercano al viaje astral. No, no me he vuelto místico; les explico. Una sensación de libertad bastante etérea, bastante rara ha invadido mi ser y, si bien no he pensado en ello hasta que he ido al supermercado, la inminencia de una noche solo, durmiendo encima de mi lugar de trabajo de los últimos dos años, me ha agitado las entrañas. La naturaleza inorgánica de las habitaciones de arriba, que siempre han estado ahí, ha mutado en algo mío, más allá del recuerdo de mis abuelos, o las horas pasadas arriba, cuando el aparataje informático de la antigua imprenta se concentraba donde hoy pasará a estar mi cuarto de estar. La vida es rara por eso, porque la percepción juega con nosotros, y se ríe. Eso me divierte, pero como escapa a mi control, a la vez, me asusta.
En la prosaica tarea, a partir de ahora, rutina, de comprar, después de unos años en la casa paterna, me han aflorado temores y sudores, que creía exorcizados. Pero no, no es tan sencillo. Los supermercados siempre me han producido angustia. Siempre hace calor, hay mucha gente y te contagian la prisa. La prisa es el mayor enemigo de la paz de espíritu. Es una lucha, un conflicto que se produce en mi mente ya caduca y vieja. El sosiego de la soledad contra la realidad. He formado una idea vaga y ominosa de mi estancia aquí. Sé, que la cotidianidad matará paulatinamente el aura mística de todo este asunto de la independencia. Hoy es el día que puedo decir, tengo una casa. Antes, había vivido alquilado, en Granada, en Madrid, o en mi propia casa infantil —que en mía y siempre lo será, pues sigo lo que decía Rilke a rajatabla—, que ya se me hacía difícil cerca de la cuarentena. A lo mejor ustedes que leen se sorprenden de que le dé tanta importancia, y es porque seguramente han sentido un anhelo de libertad desde edades muy tempranas. A mí nunca me pasó eso, pues he vivido 14 años fuera de mi adorable pueblecito, pero sabía —aunque a veces tornase en eterno castigo— que era temporal. Bien, ahora me espera una cama arriba, que está en una habitación que concibo como la que recogerá mi cuerpo yermo cuando me muera. Así lo deseo. Quiero vivir aquí para siempre ya. No sé cuánto tiempo me queda, pero para mi salud mental, son necesarios algunos reajustes, y este paso era uno de ellos. Sé que los que me leéis y me conocéis pensáis que soy como un ser castigado y gruñón, pero siempre bueno. Bueno no soy. Soy fácil de tentar, lo que pasa es que las personas pasan de tentarme. Ahora, aquí, en la soledad de mi fortaleza, en mi dársena que da a poniente, me siento por primera vez libre para el casi inexplorado campo de las tentaciones. Quien la lleva la entiende.
Me voy a dormir ya. Hoy 24 de enero de 2016, día de la acracia independiente de mi domicilio. ¡Viva Pósito, 5!

Y ahora es cuando ustedes en sus casas dicen: ¡VIVA!


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DESPUÉS