Ando desaparecido de casi todas las redes porque entre lo atareado que está uno, y lo idiota, culpable y —mirándolo fríamente— perro del hortelano. No como ni dejo.
Ayer lunes, pasé un día realmente escalofriante en mi nuevo hogar. La mente me jugaba malas pasadas y aunque dormí confortablemente al fin —el sábado había dormido poco por aquello de las after de la plaza— y las horas debidas, pero me desperté raro. Me dolía todo el cuerpo, sentía frío, pero nada que diera a entender que estaba griposo. Se me estaba durmiendo la lengua y ciertas partes del cuerpo. La última vez que me pasó fue por agotamiento, y eso debe ser. Me agoto enseguida. Ayer, como digo, comencé a trabajar temprano, y destemplado y lo hice hasta que miré el reloj y eran las 3 y 25 de la tarde. ¿Se puede ser más inútil? Al no tener casi nunca hambre no me acuerdo que hay que comer y ya ni comí ni nada —me pasaba mucho los últimos años que estuve en Granada esto de desertar de comer por la falta de apetito y ganas de hacer algo—. La tarde fue enrevesada, terrible. Entre pena infinita penaba por aquí… a lo mejor me he precipitado. A lo mejor hace mucho frío. A lo mejor no es lo que esperaba. A lo mejor es que puedo estar muerto y estar vivo como el gato ese. Me tuve que bajar al hogar al que parecía que no volvería, creando una dicotomía en mi cabeza que no se la deseo a nadie. Haga lo que haga, sufriré, eso es seguro, y he adoptado la actitud cobarde de no estar entre un vórtice de caos y volver hasta el fin de semana a mi desorden controlado y huir, como un desertor sin convicciones, de lo que me haría tan feliz. Ayer dormí en mi antigua casa, y hoy he comido y ahora me iré para allá. Y siento frustración, pero es que el espacio es caótico, desesperante a mi alrededor, la ansiedad me llega a la nariz en forma de hormigueo. Poco a poco me voy tranquilizando, pero un cansancio físico se ha instalado para quedarse, por lo que se ve. He tenido que trabajar mucho estos días. No me ha dado tiempo a dejar las cosas listas. Ahora poco a poco encauzo las cosas con ayuda. No había pedido ayuda por no molestar más aún, y lo he pagado caro. Al final culpable por pedirla, al fin, y culpable por no tener la capacidad de reaccionar bien a lo nuevo, a los retos, ni a las aventuras. Pero si una cosa es segura, que aunque no se note por lo gordo que estoy, es que soy cabezón. Muy cabezón. Y el caballo me tirará unas cuantas veces, pero luego será mi amigo. Mi casa será mi amiga, y eso lo pueden hacer los amigos, por lo que la francachela que tenía el sábado y he estado a punto de anular por inseguridad se llevará a cabo, como estaba previsto por la organización. O sea, yo.
PS: No es un post llamativo desde el punto de vista de crónica literaria, pero sí fundamental para este propio blog como proyecto.
PS: No es un post llamativo desde el punto de vista de crónica literaria, pero sí fundamental para este propio blog como proyecto.